jueves, 14 de mayo de 2009

Las clases de causa (Las causas del derecho. Parte 2)



Decíamos anteriormente que causa es aquello que influye en una cosa haciéndola depender de ella. Si la causa es un modo de dependencia, habrá tantas clases de causa cuantos modos de dependencia.
Causa material: Aristóteles la define como aquello de lo que algo se hace y en lo cual es.[1] La materia es el sustrato que recibe la forma. Es también sujeto permanente de todos los cambios físicos. La recta comprensión de la materia requiere de su relación con la forma. La primera es principio determinable y potencial mientras que la forma es principio determinante y actual. La causa material y formal son causas intrínsecas.
En la estatua de bronce, éste es causa material respecto de la estatua, que no es fuera del bronce sino en él. La estatua es de bronce, su forma de estatua surge, aparece o se manifiesta en el bronce.
La causalidad de la materia se da por la comunicación de su misma realidad. Ahora esta comunicación o causalidad supone dos relaciones, una de la materia respecto del compuesto, que surge de la unión de ésta con la forma; la otra es la relación de la materia respecto de la forma en donde la primera recibe o sustenta a la segunda.
La materia, al recibir la forma y configurar el compuesto posibilita la individualización la las sustancias, así mientras la diversidad de formas da lugar a las diferentes especies, la diversidad de la materia, “recortada” por la forma, determina la diferencia de individuos.
Por último podemos distinguir con Aristóteles entra materia prima y materia segunda. La materia prima es aquel principio de suyo indeterminado y potencial aunque apto para recibir cualquier forma. La materia segunda en cambio es el mismo principio material en el compuesto.
Causa formal: es aquello por lo que intrínsecamente una cosa es lo que es. La forma determina y especifica al compuesto. Como se anticipara anteriormente, su recta comprensión supone su relación con la materia, de suerte que la forma se une a la materia como el acto a la potencia, o mejor aún la forma, principio determinante, actualiza la materia, principio potencial o determinable.
La causalidad de la forma también procede según una doble modalidad, una respecto al compuesto, otra respecto de la materia. Respecto del compuesto es un coprincipio entitativo, ya que unida a la materia lo especifica o determina, haciendo que éste sea eso y no otra cosa. En relación a la materia, la forma es aquello por lo que la primera se actualiza.
Causa formal ejemplar: la causa formal es lo que en cada ente especifica o determina la manera de ser del mismo. Por su parte, se dijo que la causa formal es intrínseca. Ahora, hay ciertas formas especificativas que no se encuentran propiamente en los seres por ellas especificados. El modelo o idea ejemplar en torno al cual el artífice hace su obra se encuentra en la mente del artífice y no en la cosa por hacer, sin embargo, en tanto modelo, especifica o determina aquello por hacer.
Es probable que el antecedente de esta noción de causa provenga del concepto de “idea” en Platón. Santo Tomás de Aquino hablará de una forma que imita la obra y dirige la acción del agente.[2] Se llama ejemplar a aquella forma o modelo a cuya semejanza o imitación la causa eficiente produce un efecto. Explica Quiles, que en la terminología escolástica, la causa ejemplar se llama también especie y forma. Si la especia indica lo propio de un ser, en definitiva lo que es, la causa eficiente al producir un efecto debe considerar la especie a la que el efecto pertenece. La forma por su parte, es la que determina la materia para constituir un ser determinado. El artífice debe tener en cuenta como ejemplar o modelo la forma de aquello que va a realizar.
La causa formal ejemplar o modélica, es entonces una causa extrínseca.
Causa eficiente: al igual que la causa material y formal, la recta comprensión de la causa eficiente implica su correlato con la causa final. Mientras las dos primeras son intrínsecas al ente, las causas ejemplar, eficiente y final son extrínsecas. La causa eficiente precede a la final en el orden de la ejecución, mientras que la final tiene preeminencia en el orden de la intención.
Aristóteles definía la causa eficiente como aquello de lo que primariamente procede el movimiento.[3] En la Metafísica, el Filósofo dice de esta causa que “es absolutamente la que hace lo hecho”.[4] Aquello de lo que ejecutivamente procede el movimiento que tiene por término una estatua, no es otro que el escultor, causa activa o eficiente. Explica Millán Puelles que la causalidad de las causas material y formal suponen previamente el influjo de la eficiente, ya que es esta la que dispone a la materia para que de ella sea educida la forma. Antes de la intervención de la causa eficiente, la material está en potencia respecto de una pluralidad de formas. El influjo activo de la causa eficiente saca a la materia de esa indiferencia determinando en la materia un movimiento que tiene por término un compuesto provisto de forma.
En virtud de su primacía en el orden de la ejecución es llamada eficiente o agente.
Causa final: fin es aquello por lo que el agente se determina a obrar. Santo Tomás enseña que el fin es la causa de la causalidad de la causa eficiente porque él es el que hace que la causa eficiente sea eficiente.
Ahora, fin puede entenderse de dos maneras, como término o efecto de la acción o como aquello que con la acción se persigue. Al decir de Millán Puelles, el fin como causa no es principalmente aquello en que termina la acción, sino más bien aquello por lo que el agente se pre-determina. La noción de causa final implica cierta idea de tensión previa del agente, de pre-tensión. La atracción que genera el fin en el agente es la que mueve a la causa eficiente a producir su efecto. De ahí que el fin es lo primero en el orden de la intención mientras que la causa eficiente es primera en orden a la ejecución. Toda vez que por la influencia o atracción del fin la causa eficiente opera dando la causa formal a la causa material, Santo Tomás insistirá en que el fin es la causa de las causas.[5]
Siguiendo nuevamente al Aquinate, podemos distinguir diversos modos de tender al fin, “Debemos, no obstante, que una cosa en su acción o movimiento tiende al fin de dos modos: sea moviéndose por si misma al fin, como el hombre, o bien movida por otro, como la saeta tiende a un fin determinado movida por el arquero que le imprime su dirección a tal fin. De este modo, los seres dotados de razón se mueven por si mismos al fin merced al dominio de sus actos que les presta el libre albedrío, facultad de la voluntad y de la razón; más los que de razón carecen, tienden al fin por una inclinación natural, como movidos por otro y no por si mismos, pues no conocen la función del fin. Y nada pueden, por lo tanto ordenar al fin sino han de ser ordenados por otro”.[6]
Otra división posible es entre fin del agente o finis operantes y fin de la obra o finis operis. El primero es subjetivo y consiste en la intención del agente, mientras que el segundo es aquello a lo que está ordenada la obra por su propia naturaleza. El fin de la obra, solo es causa en cuanto es querido por el agente.
[1] Aristóteles, Física, II, 3.
[2] Santo Tomás de Aquino, De Veritate, c.3, a. 1.
[3] Aristóteles, Física, II, 3.
[4] Aristóteles, Metafísica, Libro V, c. 2.
[5] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, Respondeo q. 1 ad. 2.
[6] Ibid.

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